viernes, 7 de agosto de 2009

PATO

Al sacarme los zapatos y medias que caminaron al compás de mi necesidad todo el invernísimo jornal, puedo sentir en el denso pegoteo de mis pies sobre el parquet, que membranas van uniendo todos mis dedos, que son ahora tres.

Sacudo las plumas de la rutina que llevo adheridas al cuerpo y me recuesto para volver a observar el techo, añorando el cielo azul de la laguna plagada de juncales.

Se que al menos estoy vivo y que aun no soy cerámica que adorna la sala de espera de algún dentista impuntual.

Se que mis palabras son tan planas y amarillas como nunca antes lo fueron. Debería mirar menos la TV.

Hoy es veintiocho de un calendario de hojas perennes.

Conozco a cada uno de los billetes y monedas que se atrincheran en mis bolsillos. Los llamo por su nombre a cada uno; y cuando parten, los despido con ojos de un padre que ve a su hijo acudir ante el inexorable llamado de la vida.

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