jueves, 6 de agosto de 2009

DOLOR DE CABEZA

El ingeniero Robirosa despertó en la mañana del viernes con una leve jaqueca. Sospechó del vino de la cena, y de la frescura de los mariscos ofrecidos en el cocktail del embajador del Reino de Coturnia.

Tomó una aspirina, pero el dolor crecía.

Por momentos, el ingeniero se sentía fuerte como un toro, instantes después, recibía fuertes estocadas en el cráneo. Más no podía descubrir quién hacía las veces de torero en ese ruedo.

Ni el vino, ni los mariscos, ni la imagen de sus propios padres besándose apasionadamente, ni un proyectil recibido en el entretiempo de Chicago-Atlanta lo causaban. Pero el dolor, ya era intenso.

Repasó su actividad digestiva de la última semana sin advertir mayores desordenes en el ingreso o egreso. Todo estaba al día.

El sentido de la vista, también aparentaba inocencia, atento a que no se había excedido en su permanencia frente a la pantalla de la notebook ni de la TV. Tampoco había abusado en el uso de su teléfono móvil.

Pero el dolor, iba en exponencial aumento.

No había tenido ningún disgusto últimamente, ni movimientos bruscos ni alteración del sueño ni lesiones deportivas.

No encontraba explicación apropiada para justificar la pesadez que sentía.

Su trabajo se desenvolvía sin mayores sobresaltos y estaba esperanzado en cobrar pronto un abultado honorario, con el que pensaba finalmente comprar ese auto importado…

… que se le había puesto en la cabeza.

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