miércoles, 5 de agosto de 2009

EN VUELO

Supuse que sería útil el manejo de cierta información básica acerca de quien ocupaba la butaca de al lado en el avión. Pensé que un viaje tan largo se sobrellevaría mejor así.


Esa charla fugaz, al menos debería ayudar a que la disputa por el apoyabrazos común fuera leal y civilizada.


Sus anteojos oscuros, la guayabera beige, el pantalón cuadrillé de lino y la gorra gris no me dieron signos claros para anticipar el perfil sociocultural de mi vecino.


Las preguntas fueron de rigor: nombre de pila y profesión. Pero la respuesta me heló la sangre:


- Me llamo Ricardo. Soy cazatalentos.


Hasta que el avión llegó a Tokio, no volví a pronunciar palabra.



No quise dar ningún dato que le permitiera enjaular al mío.

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