miércoles, 16 de marzo de 2011

VOCARTÓN

El siglo XX ha vivido convencido de que la vocación era una.

Una y definitiva que encapsulaba a su portador dentro del verbo ser.

Así, mucha gente inteligente sigue definiéndose por lo que hace o por lo que estudió. Y mucho embutido que la va de agudo, usa el cliché para subirse a un pedestal que le es ajeno. O para descalificar a un innovador que irrumpe a dejar en evidencia su chatura, por contraste.

La generación de “cotos” a los que acceden solo los expertos, conspira contra el avance del pensamiento. Nuestro artículo catorce, sólo exige la idoneidad.
Es cierto que reducir trae certezas, pero parece un exceso hacer un concentrado en una sola arista, de la amplitud y riqueza de posibilidades que todo ser humano encierra.

¿Macedonio Fernández, Gandhi o Franz Kafka decían “soy” abogado?
¿Adolfo Bioy Casares se frustró por dejar la universidad?
¿Alguien puede “recibirse” de Filósofo o de Comunicador?

Almafuerte era Maestro aún sin título de magisterio, pero sus detractores supieron sacárselo del medio. Lo curioso es que al ocupar su lugar, no hacen más que demostrarle a todos el máximo nivel de supina incapacidad de la que son orgullosos dueños.

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