La característica distintiva de toda gran urbe es la negación de la existencia del otro.
Los censos podrían activar una señal de alarma. Por encima de determinada cantidad de población: ¡Atentos! Comienza a perderse la escala humana.
Si revirtiéramos aquello, los que estamos adentro del vagón del subte podríamos bajar sin ser empujados nuevamente hacia el interior por los que queremos subir, y lo único que tenemos en mente es nuestro propio objetivo.
En el otro extremo está el cuidado por el otro y su circunstancia. Allí es el cuidadoso quien queda expuesto a la malinterpretación de su acción, por atípica… Pero vale la pena correr el riesgo.
Peor sería la nada.
Pero volviendo a lo privado… a lo 2.0: un punto que aparece como de comprensión ríspida es para los padres el crecimiento de sus hijos. Entender que la Pepona que vestían y cambiaban ha crecido y ahora es digna de respeto (como si de niña no lo hubiera merecido)… y ahora hasta puede tener razón con fundamento.
Hay quien cree que con el boleto no se paga el viaje, sino el servicio de guarda.
Hay quién empieza a respetar sólo cuando el otro aprende a defenderse de su abuso.
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Hace 2 años
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